Marcó el último número de sus listas de llamadas antes de salir del vestidor. Su mente se trasladó en aquel día de su infancia en que veía a los cóndores junto a su abuela.

Ella le decía: «Sea como el kuntur, toque el cielo y el más allá» y ambas los admiraban mientras cuidaban a sus llamas en pleno desierto. Le corría una lágrima y puso su zampoña en su pecho.
Isabel sabía que su sueño estaba a punto de materializarse al oír a miles de personas a las afueras del escenario. Kuntur, su seudónimo hacía referencia al cóndor que le recordaba la frase de su abuela y que aspirara a tocar el cielo siempre. Salió del vestidor y sacó de su bolsillo un pañuelo rojo que se lo acercó a su boca. La adrenalina la invadía a medida que se acercaba al escenario y el corazón le latía más fuerte cuando vio sus equipos en frente de muchas personas. Le apareció una risa al ver que había más gente de la que se imaginaba. Isabel pensaba que eran más de quince mil. Tomó su zampoña y se posicionó al medio de la escena. Se oía fuerte su nombre artístico y sus ojos se abrieron, se quedó detenida a escuchar:
─¡Kuntur, Kuntur, Kurtur! ─gritaban las personas.
Se acercó a su equipo y la gente aún no paraba de nombrarla. Al oírlo le recordaba de dónde veía, del cielo y de la montaña. Isabel empezó su momento con sus mezcladores que emanaban paz y emulaban los sonidos del viento.

Cerró sus ojos por unos instantes y los abrió para tocar su zampoña para
combinarla con sonidos de electrónica. Su sueño de ser Dj la acompañaba desde
aquel día que vio a Tiësto por televisión y desde día soñaba en estar en
grandes escenarios como él.
Se concentraba en su groovebox y lo tocaba sin mirar. Levantó sus brazos y saltaba. Isabel divisaba a la gente y ellos gritaban más. Cuando terminó la primera canción se quedó muda y el público le exigía otro tema.
─¡Muchas gracias, Vancouver! Este tema se inspira en la Madre Tierra. No tengo palabras para todo esto ─dijo y agregó─: Esto es para ustedes.
Comenzó su segundo tema y la energía en su cuerpo era cada vez mayor a medida que tocaba Wayracha porque se inspiró en sus días de infancia en el que soñaba volar por los aires. Isabel sudaba de tanto saltar y se emocionaba al ver su público que sigue sus temas. Su zampoña emanaba sonidos de paz en combinación de loops de trance. Minutos después sentía que la gente se movía. La música era tan potente que las personas bailaban en medio de la cancha y cantaban las letras.
Llevaba casi dos horas de concierto y le exigían más por lo que les explicó que venía otro grupo por lo que debía seguir con la programación. La gente pifió hasta que colocó a Sunqu, la canción que la llevó a la fama y los aplausos regresaron. En esa melodía, Isabel se inspiró en su familia y su amor por su cultura. El corazón se le llenó de amor cuando palpaba sus sonidos mezclados con la zampoña.

Al terminar le temblaban las piernas y se despidió dando las gracias a su fanaticada. Se alejó del escenario y se sujetaba de las paredes mientras iba de camino al camarín. Su visión era borrosa y apenas se podía sostener hasta que cayó al suelo. Su manager la vio y corrió tras ellas. Se la llevó a su salón y la trataba de despertar, pero estaba semiconsciente. Isabel solo recordaba su momento en el escenario, pero no como llegó hasta el asiento.
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